sábado, 20 de junio de 2015

7 - Gary Cooper que estás en los cielos

El teléfono llevaba un rato sonando. Como la llamada persistía, estiré el brazo para cogerlo. Tenía dolor de cabeza a causa de la resaca. La noche anterior había bebido demasiado. En la pantalla del móvil figuraba el número del trabajo. 
- Dígame... - contesté sin ganas.
- Isabel, soy Rubén.  ¿Podrías hacerme un favor? 
Era mi jefe. A esas horas y con esa petición, sólo podía ser una cosa. Iba a solicitar mi presencia en la oficina. 
- Si, claro. Cuéntame.
- Mira, es que Raquel no puede venir a trabajar y era para ver si podías venir en su lugar.
Ese día ya tenía que trabajar y eso significaba que tendría que hacer un turno doble.  
-¿Ahora? ¿quieres que vaya ahora? - le dije -
- Por favor - dijo, dándose cuenta de que me acababa de despertar - estamos muy pillados.
- Bueno- dije, agotada ante la sola idea de pensarlo. Dentro de un rato, estoy por allí.
Me levanté como una autómata y me hice un café. Después de la ducha , apenas había conseguido despabilarme. Cogí el metro y en el trayecto fui repasando cada detalle de la noche anterior. La verdad es que me lo pasé muy bien, hasta que la última copa me hizo vomitar todo lo que llevaba encima. 
Al llegar, en la puerta del teatro, estaba el Bomboncito. 
- Hola - me dijo - ¿qué haces tú aquí por la mañana? 
- Pues ya ves, trabajo aquí.
- Ya, ¿y a tí que te pasa? - me dijo clavándo sus ojos grandes e increíblemente azules en los míos. 
- Nada del otro mundo. Ayer me pasé. 
- Ah...
Me agarró por los hombros y sentí una oleada de comprensión que emanaba de su cuerpo. No estaba preparada para eso y menos en ese momento. 
- Como seas igual en la cama que los últimos con los que me he encontrado, lo llevo claro - pensé - e inmediatamente, antes de meter la pata y verbalizar mi pensamiento,  le dije:
- Anda, que voy adentro. Luego te veo. 
El acceso al hall estaba obstaculizado. Cada vez que hay un montaje o un desmontaje, hay que saltar por encima de todos los trastos que colocan para llegar a tu lugar de trabajo. A esta incomodidad, hay que sumarle que tienes a una decena de hombres cargando y descargando enseres. Les dí los buenos días por educación, pero no respondí ni a una sola de las sonrisas que me dedicaron. 
Al ver a mi jefe, no entendí por qué tenía tanta prisa en que yo llegase. Tenía un montón de papeles sobre la mesas y más de cinco llamadas en espera. Estaba trabajando de forma muy tranquila. A mi, estas cosas me ponen de los nervios, me dan ganas de darle un puntapié y decirle cuatro cosas, pero, claro, me callo por prudencia. Cogí lo que se suponía que me correspondía hacer y me fui a mi cuarto. Cerré la puerta para que nadie me molestase. 
Al cabo de un par de horas, llamaron a la puerta. Abrí. Y joderrr... ahí estaba el Bomboncito. 
- Que digo... que si te vienes a tomar un café...
- Sí, si, espera - contesté alucinada - que cojo el bolso.
- Déja, que te invito. 
No se me había ocurrido ni por un momento que a Javier le diera por venir a buscarme. Pero, al parecer, se aburría mucho. No había otra explicación. Prácticamente, me arrastró hasta la puerta de la cafetería. Mi cuerpo y mi mente aún no estaban despiertos. 
- ¿Qué te pido? - me dijo -
- Un taxi, que me quiero largar a mi casa - pensé - pero, enseguida apostillé:
- Un té, con limón, para que se me pase el malestar del estómago.
- Me estoy haciendo con las pelis de Gary Cooper - me dijo - Ayer me vi Alas de Wellman. 
- Ah, sí, me gusta bastante. Era el galán de su época. Dicen que las chicas hacían cola en la puerta de  su camerino para acostarse con él. 
Entonces, pasó suavemente un dedo por debajo de mis ojos, en lo que yo creí que era un gesto de conmiseración, al ver mis ojeras. 
- ¿Y sabes lo que le dijo Audrey a Cooper en Arianne? Pues le dijo - "Sin compromiso, sin ataduras, sin lágrimas..."
Retiré su mano de mi cara bastante molesta. 
- Ya ¿Y tú sabes lo que dijo Clara Bow de él? - contesté - pues dijo - "Tiene la polla más grande que conozco, pero poco culo para empujarla" 
En ese momento, lo único que pude permitirme fue no seguir hablando. No me había hecho ninguna propuesta ni se había abalanzado sobre mí, así que no me había dado motivos para liarla, ni para bien ni para mal. Me quedé dubitativa y me pregunté si me había tanteado a propósito. 
- Pues claro que sí - me dije a mi misma - mientras él pagaba la cuenta - desde luego, he empezado bien el día. 






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