Sentí cómo sus manos apartaban el pelo de mi cuello y noté
su boca en mi nuca. Fue desplazando sus labios hasta mi oreja y atrapó el lóbulo
entre sus dientes. Me rodeó, por detrás, cruzando sus brazos sobre mis pechos y
tiro de mi hacia él.
Después de unos minutos, me empujó sobre la cama y me puso
sobre su regazo, de cara a él, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Le
abracé y me acerqué un poco más para besarle. El vestido se me había subido
hasta las caderas.
Aunque parezca mentira, en ese mismo instante, se me vino a
la cabeza la imagen de la sartén en la que mi madre hacía tortitas.
Me dio la vuelta con la misma facilidad con la que yo
voltearía a un bebé. Se desvistió rápida y hábilmente. Me daba un poco de vergüenza
hacer lo mismo, pero el muchacho me facilitó las cosas quitándome el vestido de
un tirón. Sus manos comenzaron a acariciarme. Por un momento, tuve miedo de
decepcionarle. Con cierta curiosidad alargué la mano para tocarle y él emitió
un gemido que, enseguida, se hizo más profundo.
-
¿Ahora? – preguntó.
-
Sí – le respondí.
Y se puso encima de mi. Como si fuera una respuesta, elevé
las caderas. Dijo algo ininteligible y empujó. Contuve la respiración. Le mordí
un poquito y se agitó de forma brusca, empezó a moverse…
Ay, ay, ay… Ahora era
la imagen de una dorada haciéndose a la parrilla, al lado del mar.
De verdad que intenté concentrarme. Hice un esfuerzo por adaptarme al ritmo,
le excitó mucho mi respuesta e intuí que algo estaba a punto de pasar, algo
grande y bueno. Jadeé y le clave las uñas. Entonces, un leve cambio de postura
le permitió entrar aún más profundamente dentro de mi y, antes de poder
evitarlo, él ya estaba volando. Yo no volé. Me quedé con las ganas.
La luz de la luna empezaba a colarse por la ventana. Me gustó
observarle, así como derrotado. La verdad es que pocas veces he visto un cuerpo
tan hermoso.
Después de un largo silencio y de una lejanía un tanto
molesta, me dijo:
-
Yo no soy de los que se enamoran.
-
Si tu supieras – pensé –
Pero, me callé. No sé por qué los hombres tienen ese empeño
en dejarlo todo tan claro. Es como si interpretasen que las mujeres somos
idiotas y no nos damos cuenta de lo que hay o no sabemos dónde nos metemos. Temen
que, cada una de nosotras, les vaya a pedir matrimonio por el simple hecho de
echar un polvo. Iba a seguir hablando, pero no tuve ganas de escuchar una
sucesión de gilipolleces, entre otras cosas porque ya me las sé de memoria: "no te quiero hacer daño", "me gustas mucho pero no estoy por la labor", "a mi me han tratado muy mal" o "me estoy separando". La que me hace más gracia es la del maltrato... es que en ese momento, me imagino al susodicho con un cartelito en el metro, agitando el vaso y gritando ¡soy pobre, tengo tres niños, estoy enfermo... ! Ah, y bueno, la de la mujer es la ostia... - ah, que te estás separando... ¿Y tu mujer lo sabe? ¿Qué me vas a hacer daño, tú a mi, que alucino con comida mientras follo contigo?... No sabes nada, Jhon Nieve. De forma educada, me vestí y le dije adiós, con un beso, parco, en los labios. Una siempre es una señora, pase lo que pase. Evidentemente, nunca le dije que, cuando salí de su casa, iba haciendo, mentalmente, la lista de la compra.
3 comentarios:
Con que facilidad queda el macho como idiota y que elegancia la de ella.
Y es que no vale la pena seguir perdiendo tiempo y humor si se puede evitar.
Muy bueno, Isabel.
Besos.
En pocas palabras, "polvo eres y en polvo te convertirás," prefiero un buen polvo a un rapapolvo", etc... Y es que una y otro van a lo que van, y deben de tenerlo claro. Los conceptos, orgasmo, matrimonio y amor, son independientes.
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