Ayer, eran más de las diez de la noche cuando terminamos de
trabajar. Se había levantado frío. Jesús se estremeció.
-
Bueno, me voy para casa.
-
¿No te tomas una cerveza?
-
¡ Ay no, me parece que no!
Apenas conseguí ocultar mi decepción. Quería tomar una
cerveza y Jesús siempre es una buena compañía.
-
No llevo abrigo y tengo frío – me
dijo –
-
¿Qué un tío como tú tiene frío? ¿Es
que piensas dejarme sola? –le dije -
-
Anda, que exagerada eres. Ni que
fuera la primera vez que vas al Levi sin mi. Nos vemos mañana – me dijo – Te quiero.
-
Gracias – contesté tirandole un
beso al aire. Hasta mañana!
Me dirigí hacia el bar. Normalmente, allí no hace falta ir
acompañada, siempre hay alguien con quien hablar y es uno de esos lugares en
los que nunca te sientes sola. Era cierto que hacía un poco de frío, pero la
noche estaba calmada. Aún era temprano y no habían comenzado a salir quienes
van de fiesta, aunque, en la calle se notaba que el tráfico de vehículos había
comenzado a aumentar.
Había poca gente cuando entré. Me instalé yo sola, al final de la barra y le
pedí a Miguel una cerveza. No había nadie conocido. Había algunos grupitos
desperdigados por el bar. Dos chicas se agitaban hablando sobre su futuro
sentimental y un par de parejas de mediana edad se unieron a la soledad de esa
noche.
Una de las parejas, él obeso y con un abrigo negro demasiado
estrecho y ella con pieles y encaramada en unos grandes tacones, se pusieron a
discutir.
-
Y tú, Luis… ¡Que no eres nadie,
pero nadie! ¡Un simple electricista!
Luis cerró los oídos, seguramente por décima vez y aferro sus
manos a la copa, que era lo que importaba. La mujer se volvió hacia mí.
-¿Sabes cómo odio a ese hombre? – Preguntó, mirándome sin
verme…
. Ni idea – le respondí – pero no me importa.
Sin decir nada más, se fue con
un jarra de cerveza en la mano hacia la otra pareja y se sentó con ellos.
Luis, el que no era nadie, pegó un sorbo a la bebida y entabló conversación con
Miguel.
- ¿Sabes cual es la última frase para ligar? Pues le dices a
la mujer… ¿Fumas después de…? Y si ella te responde que sí, entonces le dices…
espera que voy a por un paquete de cigarrillos….
Miguel se rió, casi por obligación.
Desde donde estaba sentada, podía observar casi todo lo que estaba ocurriendo. ¿Tendría hijos esa gente? ¿cómo les iría? ¿cómo serían en sus casas? – me preguntaba - Y pensé que
no me importaría volver a ver Chinatown, porque me gusta la escena en que Polanski, un
delincuente de poca envergadura, apuñala a Nicholson. Luego, se me vino a la
cabeza la conversación de Loftur, el
brujo con el ciego en el primer acto. El ciego le dijo a Loftur que su mayor
deseo era ver y que se lo pidió a Dios tan fervorosamente que eso llegó a convertirse en pecado.
Sólo cuando dejó de desearlo, consiguió la paz de espíritu. Pero, Loftur hizo
un pacto con el diablo sólo para conseguir satisfacer sus deseos. Después,
quiso romper el acuerdo. Pero no pudo romperlo porque nunca supo si fue un
pacto, con el diablo, consigo mismo o
con las distintas fracciones de sí mismo. Sigurjónsson le hacía decir a Loftur “Quien
nunca comete un pecado no es una persona. Existe una misteriosa alegría en el
pecado. En el pecado, el hombre se convierte en sí mismo”.
En medio de estos pensamientos, entró el Bomboncito,
acompañado de Ana Sánchez. Ella me saludó, con una sonrisa amplia y los ojos un
poquitín brillantes. A él, le noté un poco incómodo.
- Vaya, vaya, así que, la chiquitina ha pillado – pensé – mientras
recogía mis cosas y pedía la cuenta.
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