miércoles, 17 de junio de 2015

5 - Espantada

El lunes no sólo era mi día libre sino que, además, tenía una cita. Acepté porque no debía dejarme llevar por la tristeza que me producía la actitud de el Bomboncito y, también, porque me aburría. 
Por la mañana, hice una de mis cosas preferidas: ducharme durante una hora con gel de coco y embadurnarme con la loción hidratante correspondiente. Después de alisarme el pelo con cuidado,  puse un poco de música y me pinté las uñas de las manos y de los pies. 
A primera hora de la tarde, fui a hacer algo de compra y a por ropa interior nueva. No era seguro que acabase en la cama con mi cita, entre otras cosas porque el chico no me gustaba demasiado, pero por si acaso quería estar presentable. Esto es una cosa que, normalmente, hacemos las mujeres, a pesar de que, sabemos que los tíos no se fijan mucho en estos pormenores y  te quitan rápido el sujetador o las bragas que te pones.
A la vuelta, abrí el buzón. Como siempre, la factura de la luz y propaganda. No había llegado la muestra que pedí. Hace tiempo que me apunté a una web de muestras gratuitas sólo por el placer de encontrarlas en el correo. Ya sé que puedo ser un poco simple, pero me hace ilusión encontrarme con un sobrecito de crema facial o con un vial de tres mililitros de colonia a mi nombre.
Comí y me dormí un rato. Poder hacer estas pequeñas cosas en un día de diario es un verdadero lujo. Lo malo, es que, de la siesta,  suelo despertarme retorcida.
Antes de salir, me maquillé sin exagerar: una base de color, un poco de sombra de ojos  y rimmel para las pestañas. Rematé la faena con un color de labios un poco chillón y me puse unos vaqueros con una camiseta cerrada. Me dirigí hacia donde habíamos quedado y llegué un cuarto de hora antes. 
- Mala cosa - pensé - llego antes, vengo sin ganas, no tengo nervios y no me he mirado mucho al espejo. 
Cuando llegó Juan, me miró de arriba a abajo. Me incomodo que me radiografiase de esa manera.
Juan es un compañero de trabajo de mi hermana. Últimamente, está muy pesada con mi soltería. Según ella, tendría que encontrar a un hombre, lanzarme a tener un hijo y bla, bla, bla... Lo que no sabe ella es que, en realidad, no tengo ninguna intención de convivir con nadie y mucho menos de tener un hijo. Lo bueno de llegar a esta edad, es que una tiene las cosas claras. Si ella quiere seguir soportando a su marido durante los años que les queden, que lo haga. No la voy a juzgar por ello. 
Después del saludo inicial, fuimos a tomar una cerveza y Juan me sonrió. Yo también le sonreí. Y volvió a sonreir y yo también lo hice. Y ninguno de los dos pronunció una palabra durante un largo rato ¡Vaya situación! Cuando se rompió el hielo me dijo, cogiéndome de la mano:
- Estás muy guapa -
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Mi mano comenzó a temblar. A mi no me extrañó el temblor, estoy acostumbrada. Cuando algo no va bien, mi cuerpo me avisa de esta manera. Creyendo que eran los nervios propios del momento, él me agarró más fuerte. Y yo, que no había recibido su piel de buena manera, repté la mano hacia atrás. El siguió insistiendo. 
Lo suyo era que yo esperase a ver cómo se daba la noche pero, en realidad, ya estaba maquinando como largarme de allí, sería bueno tirar el otro zapato, supongo que sabéis cual es, ése en el que confiesas de repente algo que el otro no puede digerir. Y cuando él pidió la segunda ronda, le dije:
- Mira, Juan... la verdad es que tengo novio, estoy aquí sólo porque he discutido con él.
Con los ojos como platos, me respondió:
- Anda ya, pero si tu hermana me dijo...
- Sí, si... mi hermana puede decirte lo que quiera, pero yo te digo lo que hay. 
- Bueno... pero... ¿te vas a arreglar con él o no? Tú a mi me gustas y puedo esperar lo que haga falta...
- Mira, que no. No estoy a gusto. Es mejor que me vaya. 
- Pero si ya tengo reserva para cenar en el restaurante de enfrente...
- Pues anula la reserva. No quiero quedarme. 
- Vamos tía, no seas así. Puedes cenar conmigo, dame una oportunidad... y luego si quieres, te vienes a mi casa... 
- Tengo la regla - dije, levantándome de la mesa.
Di un portazo al cerrar la puerta del bar. Había tenido una actitud muy infantil al poner como excusa la menstruación, como si no se pudiese follar con ella o hacer otras tantas cosas pero es que el chico no me iba para nada. De regreso a casa, tuve un momento de arrepentimiento. Me planteé llamarle y pedirle perdón por mi comportamiento pero, al recordar la forma en que me agarraba de la mano y en cómo me estaba saboreando antes de desnudarme, me dije a mí misma: 
-  A la mierda. Cuando llegue a casa, me quito la ropa, ceno algo, me pongo una copa y veo el último episodio de Juego de Tronos.

Isabel Guillén. 


2 comentarios:

Iconoclasta dijo...

Lo que da de sí un día.
A mí me ha gustado especialmente la parte de la larga ducha y la compra de ropa interior.
Y todo la parafernalia sensual y sexual que mi cerebro simple y de piñón fijo arrastra con una total superficialidad.
Peligro es mi apellido.
Ese "A la mierda" está genial.
Esa mujer es una sufridora profesional, pero sabe muy bien como librarse de una situación embarazosa.
Besos y risas, Isabel.

Unknown dijo...

Ya ves, Pablo, lo que da de sí un día de esos aburridos... porque al fin y al cabo, no hay nada que rascar... verás tú cuando ponga algo que rascar... jejejje... el móvil va a echar humo...