miércoles, 11 de noviembre de 2015

Que si...



Que si, que ya lo se. Que son tres meses. Dos de playa y uno de depresión. Que si Isabel por aquí, que si Isabel por allá, que ahora tienes que hacer esto y después lo otro. Que la vuelta al trabajo me ha costado, que no he asimilado bien el tema de la gente que se ha ido y que ya no volverá, que no es que les haya pasado nada, que un día puedo encontrarme con ellos y tomarme una cerveza o darles un abrazo.
Me olvidé de el Bomboncito y de sus ojos azules en cuanto Efe me prestó

domingo, 5 de julio de 2015

10 - Loftur, el brujo

Ayer, eran más de las diez de la noche cuando terminamos de trabajar. Se había levantado frío. Jesús se estremeció.
-         Bueno, me voy para casa.
-         ¿No te tomas una cerveza?
-         ¡ Ay no, me parece que no!
Apenas conseguí ocultar mi decepción. Quería tomar una cerveza y Jesús siempre es una buena compañía.
-         No llevo abrigo y tengo frío – me dijo –
-         ¿Qué un tío como tú tiene frío? ¿Es que piensas dejarme sola? –le dije -
-         Anda, que exagerada eres. Ni que fuera la primera vez que vas al Levi sin mi. Nos vemos mañana – me dijo – Te quiero.
-         Gracias – contesté tirandole un beso al aire. Hasta mañana!
Me dirigí hacia el bar. Normalmente, allí no hace falta ir acompañada, siempre hay alguien con quien hablar y es uno de esos lugares en los que nunca te sientes sola. Era cierto que hacía un poco de frío, pero la noche estaba calmada. Aún era temprano y no habían comenzado a salir quienes van de fiesta, aunque, en la calle se notaba que el tráfico de vehículos había comenzado a aumentar.
Había poca gente cuando entré.  Me instalé yo sola, al final de la barra y le pedí a Miguel una cerveza. No había nadie conocido. Había algunos grupitos desperdigados por el bar. Dos chicas se agitaban hablando sobre su futuro sentimental y un par de parejas de mediana edad se unieron a la soledad de esa noche.
Una de las parejas, él obeso y con un abrigo negro demasiado estrecho y ella con pieles y encaramada en unos grandes tacones, se pusieron a discutir.
-         Y tú, Luis… ¡Que no eres nadie, pero nadie! ¡Un simple electricista!
Luis cerró los oídos, seguramente por décima vez y aferro sus manos a la copa, que era lo que importaba. La mujer se volvió hacia mí.
-¿Sabes cómo odio a ese hombre? – Preguntó, mirándome sin verme…
. Ni idea – le respondí – pero no me importa.  
Sin decir nada más, se fue con un jarra de cerveza en la mano hacia la otra pareja y se sentó con ellos.
Luis, el que no era nadie, pegó un sorbo a la bebida y entabló conversación con Miguel.
- ¿Sabes cual es la última frase para ligar? Pues le dices a la mujer… ¿Fumas después de…? Y si ella te responde que sí, entonces le dices… espera que voy a por un paquete de cigarrillos….
Miguel se rió, casi por obligación.  
Desde donde estaba sentada, podía observar casi todo lo que estaba ocurriendo.  ¿Tendría hijos esa gente? ¿cómo les iría? ¿cómo serían en sus casas? – me preguntaba - Y pensé que no me importaría volver a ver Chinatown, porque me gusta la escena en que Polanski, un delincuente de poca envergadura, apuñala a Nicholson. Luego, se me vino a la cabeza la conversación  de Loftur, el brujo con el ciego en el primer acto. El ciego le dijo a Loftur que su mayor deseo era ver y que se lo pidió a Dios tan fervorosamente que eso llegó a convertirse en pecado. Sólo cuando dejó de desearlo, consiguió la paz de espíritu. Pero, Loftur hizo un pacto con el diablo sólo para conseguir satisfacer sus deseos. Después, quiso romper el acuerdo. Pero no pudo romperlo porque nunca supo si fue un pacto, con el diablo, consigo mismo  o con las distintas fracciones de sí mismo. Sigurjónsson le hacía decir a Loftur “Quien nunca comete un pecado no es una persona. Existe una misteriosa alegría en el pecado. En el pecado, el hombre se convierte en sí mismo”.
En medio de estos pensamientos, entró el Bomboncito, acompañado de Ana Sánchez. Ella me saludó, con una sonrisa amplia y los ojos un poquitín brillantes. A él, le noté un poco incómodo. 
- Vaya, vaya, así que, la chiquitina ha pillado – pensé – mientras recogía mis cosas y pedía la cuenta.



Isabel Guillén.


martes, 30 de junio de 2015

9 - Tiramisú - Autor invitado: Alvaro Fernández, como narrador de El Bomboncito.


Esta mañana, a la hora de la comida, he dejado a Elvira. A los postres, para mayor exactitud.
Elvira estaba muy buena, pero hablaba demasiado. Y con ese acento argentino, ¿tenía que acabar todas las frases con mi nombre? “A que sí, Javieeeer”. No es cierto, Javieeer”.
Al final ya solo oía “Javieeer… Javieeeer” mientras yo intentaba averiguar si el tiramisú era casero. Entonces ha cogido mi cucharilla y me dice: “no me estás atendiendo, amore”. Yo le he pedido la cucharilla y le he dicho que sí, que la estaba escuchando. “Cuéntame entonces, ¿qué te dije?” Me he quedado un rato largo mirándola sin responder. Leandro me dio ese consejo cuando le conocí y siempre me ha funcionado bien. Sin embargo, Elvira me ha sostenido la mirada y ha vuelto a hacer la misma pregunta, solo que ha dicho: “cuéntame, entonces, ¿qué te dije, Javier?” Me he levantado, he cogido la chaqueta y me he ido. Cuando había caminado unos pasos he dado la vuelta. Elvira estaba mirándome, incrédula. He dejado un billete de 50 euros sobre la mesa y le he dicho “para el almuerzo de hoy. Chao, amore”.
Luego, he vuelto al teatro y he pasado la tarde trabajando con el director de la obra. Al salir de la reunión, tenía ocho llamadas perdidas de Elvira. Si se pone pesada, bloquearé su número. Antes de irme, al pasar por mi despacho, vi que había algo encima de la mesa. Era un bombón de chocolate, de esos típicos de la caja roja. Nada especial. Me pregunto quién lo habrá dejado allí. Mientras lo masticaba, he pensado en el tiramisú. Tengo que volver a ese restaurante y saber si es o no casero.



domingo, 28 de junio de 2015

8 - Amelia

- ¡Despierta! ¡Despierta! – me decía alguien mientras me pellizcaba el dedo gordo del pie.
Abrí los ojos en un dormitorio que me era ajeno y había una mujer al lado de la cama.
- ¿Quién demonios eres? – dije, bastante asustada.
Soy Amelia, la dueña del piso. Imagino que Mariano te trajo para pasar la noche. Yo quería hablar contigo.
- ¿Y no podías esperar a que me despertara? ¿Has usado una llave para entrar, en vez de llamar? ¿Pero a ti que te pasa? – dije mientras buscaba mi ropa por la habitación.
Cruzamos las miradas y me di cuenta de que, ambas, estábamos desconcertadas.
- Si te sirve de algo, vivo aquí –dijo ella.
La miré con un gran gesto de incredulidad.
- Por favor, deja que me vista y espérame fuera. ¿Podrás hacerlo?
- Claro – asintió.
Cuando salió de la habitación, esperé a que el ritmo cardiaco me volviera  a la normalidad. Me metí en el cuarto de baño y me di una ducha, que duró un minuto, sólo porque necesitaba sentir el agua fría sobre mi cabeza. Me puse la ropa que llevaba la noche anterior – evidentemente, no tenía otra - y al salir del baño, no divisé ningún resto de Mariano. Cogí mi bolso para irme. Me sentía muy humillada. Al pasar por la cocina,  Amelia tenía preparadas dos tazas de café. Ella estaba sentada en una de las sillas, esperándome. Realmente, la cocina era bonita, en color amarillo claro y los muebles estampados. Olía  a limpio.
- Pero… ¿y tu quién eres? – volví a repetir - ¿Dónde está Mariano?
Soy la dueña del piso – me dijo – y la ex de Mariano. No es frecuente que lo haga,  pero alguna vez, me encuentro a alguien como tú, durmiendo en la habitación de invitados. Aprovecha las noches que me toca trabajar. Mariano se ha ido, nunca se queda después de tener sexo con alguien y no creo que vuelvas a tener noticias de él, cuando yo le vea ya le diré lo que le tengo que decir.
No pude contener un gesto de recelo ¿Qué hacía esa mujer ofreciéndome un café y hablando conmigo en la cocina de su casa? ¿Por qué no me había echado ya con cajas destempladas?
-Yo no  tengo nada con Mariano, simplemente nos calentamos. Bebimos demasiado. No sabía nada de esto.
- Tanto mejor – dijo – Le conozco más de lo que gustaría. Es un hijo de puta.
Me dio un poco de escalofrío estar allí, con aquella desconocida mirándome a los ojos. Pensé en uno de esos casos en que la loca de turno mata a alguien y luego aparece en los titulares del periódico.
- Eres bonita – dijo apartándome el pelo de la cara –
Me quedé sin aliento. Las manos comenzaron a temblarme. Ella las cogió y las acarició, tranquilizándome.  
 - No tengas miedo – me dijo – y me besó.
Después de la reticencia inicial, comencé  a entrar en el juego. Ella era dulce como la miel. Mis labios comenzaron a abrirse y  recibieron a los suyos. Fue un beso largo y profundo, pero no pasamos de ahí. Me fui enseguida. Ya había tenido una noche lo suficiente loca como para continuar con el despropósito por la mañana. Amelia lo entendió perfectamente. Ambas sabíamos que nunca más volveríamos a vernos. Nunca han vuelto a besarme de aquella manera.














sábado, 20 de junio de 2015

7 - Gary Cooper que estás en los cielos

El teléfono llevaba un rato sonando. Como la llamada persistía, estiré el brazo para cogerlo. Tenía dolor de cabeza a causa de la resaca. La noche anterior había bebido demasiado. En la pantalla del móvil figuraba el número del trabajo. 
- Dígame... - contesté sin ganas.
- Isabel, soy Rubén.  ¿Podrías hacerme un favor? 
Era mi jefe. A esas horas y con esa petición, sólo podía ser una cosa. Iba a solicitar mi presencia en la oficina. 
- Si, claro. Cuéntame.
- Mira, es que Raquel no puede venir a trabajar y era para ver si podías venir en su lugar.
Ese día ya tenía que trabajar y eso significaba que tendría que hacer un turno doble.  
-¿Ahora? ¿quieres que vaya ahora? - le dije -
- Por favor - dijo, dándose cuenta de que me acababa de despertar - estamos muy pillados.
- Bueno- dije, agotada ante la sola idea de pensarlo. Dentro de un rato, estoy por allí.
Me levanté como una autómata y me hice un café. Después de la ducha , apenas había conseguido despabilarme. Cogí el metro y en el trayecto fui repasando cada detalle de la noche anterior. La verdad es que me lo pasé muy bien, hasta que la última copa me hizo vomitar todo lo que llevaba encima. 
Al llegar, en la puerta del teatro, estaba el Bomboncito. 
- Hola - me dijo - ¿qué haces tú aquí por la mañana? 
- Pues ya ves, trabajo aquí.
- Ya, ¿y a tí que te pasa? - me dijo clavándo sus ojos grandes e increíblemente azules en los míos. 
- Nada del otro mundo. Ayer me pasé. 
- Ah...
Me agarró por los hombros y sentí una oleada de comprensión que emanaba de su cuerpo. No estaba preparada para eso y menos en ese momento. 
- Como seas igual en la cama que los últimos con los que me he encontrado, lo llevo claro - pensé - e inmediatamente, antes de meter la pata y verbalizar mi pensamiento,  le dije:
- Anda, que voy adentro. Luego te veo. 
El acceso al hall estaba obstaculizado. Cada vez que hay un montaje o un desmontaje, hay que saltar por encima de todos los trastos que colocan para llegar a tu lugar de trabajo. A esta incomodidad, hay que sumarle que tienes a una decena de hombres cargando y descargando enseres. Les dí los buenos días por educación, pero no respondí ni a una sola de las sonrisas que me dedicaron. 
Al ver a mi jefe, no entendí por qué tenía tanta prisa en que yo llegase. Tenía un montón de papeles sobre la mesas y más de cinco llamadas en espera. Estaba trabajando de forma muy tranquila. A mi, estas cosas me ponen de los nervios, me dan ganas de darle un puntapié y decirle cuatro cosas, pero, claro, me callo por prudencia. Cogí lo que se suponía que me correspondía hacer y me fui a mi cuarto. Cerré la puerta para que nadie me molestase. 
Al cabo de un par de horas, llamaron a la puerta. Abrí. Y joderrr... ahí estaba el Bomboncito. 
- Que digo... que si te vienes a tomar un café...
- Sí, si, espera - contesté alucinada - que cojo el bolso.
- Déja, que te invito. 
No se me había ocurrido ni por un momento que a Javier le diera por venir a buscarme. Pero, al parecer, se aburría mucho. No había otra explicación. Prácticamente, me arrastró hasta la puerta de la cafetería. Mi cuerpo y mi mente aún no estaban despiertos. 
- ¿Qué te pido? - me dijo -
- Un taxi, que me quiero largar a mi casa - pensé - pero, enseguida apostillé:
- Un té, con limón, para que se me pase el malestar del estómago.
- Me estoy haciendo con las pelis de Gary Cooper - me dijo - Ayer me vi Alas de Wellman. 
- Ah, sí, me gusta bastante. Era el galán de su época. Dicen que las chicas hacían cola en la puerta de  su camerino para acostarse con él. 
Entonces, pasó suavemente un dedo por debajo de mis ojos, en lo que yo creí que era un gesto de conmiseración, al ver mis ojeras. 
- ¿Y sabes lo que le dijo Audrey a Cooper en Arianne? Pues le dijo - "Sin compromiso, sin ataduras, sin lágrimas..."
Retiré su mano de mi cara bastante molesta. 
- Ya ¿Y tú sabes lo que dijo Clara Bow de él? - contesté - pues dijo - "Tiene la polla más grande que conozco, pero poco culo para empujarla" 
En ese momento, lo único que pude permitirme fue no seguir hablando. No me había hecho ninguna propuesta ni se había abalanzado sobre mí, así que no me había dado motivos para liarla, ni para bien ni para mal. Me quedé dubitativa y me pregunté si me había tanteado a propósito. 
- Pues claro que sí - me dije a mi misma - mientras él pagaba la cuenta - desde luego, he empezado bien el día. 






6 - Cocinando sexo

Sentí cómo sus manos apartaban el pelo de mi cuello y noté su boca en mi nuca. Fue desplazando sus labios hasta mi oreja y atrapó el lóbulo entre sus dientes. Me rodeó, por detrás, cruzando sus brazos sobre mis pechos y tiro de mi hacia él.
Después de unos minutos, me empujó sobre la cama y me puso sobre su regazo, de cara a él, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Le abracé y me acerqué un poco más para besarle. El vestido se me había subido hasta las caderas.
Aunque parezca mentira, en ese mismo instante, se me vino a la cabeza la imagen de la sartén en la que mi madre hacía tortitas. 
Me dio la vuelta con la misma facilidad con la que yo voltearía a un bebé. Se desvistió rápida y hábilmente. Me daba un poco de vergüenza hacer lo mismo, pero el muchacho me facilitó las cosas quitándome el vestido de un tirón. Sus manos comenzaron a acariciarme. Por un momento, tuve miedo de decepcionarle. Con cierta curiosidad alargué la mano para tocarle y él emitió un gemido que, enseguida, se hizo más profundo.
-         ¿Ahora? – preguntó.
-         Sí – le respondí.
Y se puso encima de mi. Como si fuera una respuesta, elevé las caderas. Dijo algo ininteligible y empujó. Contuve la respiración. Le mordí un poquito y se agitó de forma brusca, empezó a moverse…
Ay, ay, ay…  Ahora era la imagen de una dorada haciéndose a la parrilla, al lado del mar. 
De verdad que intenté concentrarme. Hice un esfuerzo por adaptarme al ritmo, le excitó mucho mi respuesta e intuí que algo estaba a punto de pasar, algo grande y bueno. Jadeé y le clave las uñas. Entonces, un leve cambio de postura le permitió entrar aún más profundamente dentro de mi y, antes de poder evitarlo, él ya estaba volando. Yo no volé. Me quedé con las ganas.
La luz de la luna empezaba a colarse por la ventana. Me gustó observarle, así como derrotado. La verdad es que pocas veces he visto un cuerpo tan hermoso.
Después de un largo silencio y de una lejanía un tanto molesta, me dijo:
-         Yo no soy de los que se enamoran.
-         Si tu supieras – pensé –
Pero, me callé. No sé por qué los hombres tienen ese empeño en dejarlo todo tan claro. Es como si interpretasen que las mujeres somos idiotas y no nos damos cuenta de lo que hay o no sabemos dónde nos metemos. Temen que, cada una de nosotras, les vaya a pedir matrimonio por el simple hecho de echar un polvo. Iba a seguir hablando, pero no tuve ganas de escuchar una sucesión de gilipolleces, entre otras cosas porque ya me las sé de memoria: "no te quiero hacer daño", "me gustas mucho pero no estoy por la labor", "a mi me han tratado muy mal" o "me estoy separando". La que me hace más gracia es la del maltrato... es que en ese momento, me imagino al susodicho con un cartelito en el metro, agitando el vaso y gritando ¡soy pobre, tengo tres niños, estoy enfermo... ! Ah, y bueno, la de la mujer es la ostia... - ah, que te estás separando... ¿Y tu mujer lo sabe? ¿Qué me vas a hacer daño, tú a mi, que alucino con comida mientras follo contigo?... No sabes nada, Jhon Nieve. 
De forma educada, me vestí y le dije adiós, con un beso, parco, en los labios. Una siempre es una señora, pase lo que pase. Evidentemente, nunca le dije que, cuando salí de su casa,  iba haciendo, mentalmente, la lista de la compra. 

miércoles, 17 de junio de 2015

5 - Espantada

El lunes no sólo era mi día libre sino que, además, tenía una cita. Acepté porque no debía dejarme llevar por la tristeza que me producía la actitud de el Bomboncito y, también, porque me aburría. 
Por la mañana, hice una de mis cosas preferidas: ducharme durante una hora con gel de coco y embadurnarme con la loción hidratante correspondiente. Después de alisarme el pelo con cuidado,  puse un poco de música y me pinté las uñas de las manos y de los pies. 
A primera hora de la tarde, fui a hacer algo de compra y a por ropa interior nueva. No era seguro que acabase en la cama con mi cita, entre otras cosas porque el chico no me gustaba demasiado, pero por si acaso quería estar presentable. Esto es una cosa que, normalmente, hacemos las mujeres, a pesar de que, sabemos que los tíos no se fijan mucho en estos pormenores y  te quitan rápido el sujetador o las bragas que te pones.
A la vuelta, abrí el buzón. Como siempre, la factura de la luz y propaganda. No había llegado la muestra que pedí. Hace tiempo que me apunté a una web de muestras gratuitas sólo por el placer de encontrarlas en el correo. Ya sé que puedo ser un poco simple, pero me hace ilusión encontrarme con un sobrecito de crema facial o con un vial de tres mililitros de colonia a mi nombre.
Comí y me dormí un rato. Poder hacer estas pequeñas cosas en un día de diario es un verdadero lujo. Lo malo, es que, de la siesta,  suelo despertarme retorcida.
Antes de salir, me maquillé sin exagerar: una base de color, un poco de sombra de ojos  y rimmel para las pestañas. Rematé la faena con un color de labios un poco chillón y me puse unos vaqueros con una camiseta cerrada. Me dirigí hacia donde habíamos quedado y llegué un cuarto de hora antes. 
- Mala cosa - pensé - llego antes, vengo sin ganas, no tengo nervios y no me he mirado mucho al espejo. 
Cuando llegó Juan, me miró de arriba a abajo. Me incomodo que me radiografiase de esa manera.
Juan es un compañero de trabajo de mi hermana. Últimamente, está muy pesada con mi soltería. Según ella, tendría que encontrar a un hombre, lanzarme a tener un hijo y bla, bla, bla... Lo que no sabe ella es que, en realidad, no tengo ninguna intención de convivir con nadie y mucho menos de tener un hijo. Lo bueno de llegar a esta edad, es que una tiene las cosas claras. Si ella quiere seguir soportando a su marido durante los años que les queden, que lo haga. No la voy a juzgar por ello. 
Después del saludo inicial, fuimos a tomar una cerveza y Juan me sonrió. Yo también le sonreí. Y volvió a sonreir y yo también lo hice. Y ninguno de los dos pronunció una palabra durante un largo rato ¡Vaya situación! Cuando se rompió el hielo me dijo, cogiéndome de la mano:
- Estás muy guapa -
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Mi mano comenzó a temblar. A mi no me extrañó el temblor, estoy acostumbrada. Cuando algo no va bien, mi cuerpo me avisa de esta manera. Creyendo que eran los nervios propios del momento, él me agarró más fuerte. Y yo, que no había recibido su piel de buena manera, repté la mano hacia atrás. El siguió insistiendo. 
Lo suyo era que yo esperase a ver cómo se daba la noche pero, en realidad, ya estaba maquinando como largarme de allí, sería bueno tirar el otro zapato, supongo que sabéis cual es, ése en el que confiesas de repente algo que el otro no puede digerir. Y cuando él pidió la segunda ronda, le dije:
- Mira, Juan... la verdad es que tengo novio, estoy aquí sólo porque he discutido con él.
Con los ojos como platos, me respondió:
- Anda ya, pero si tu hermana me dijo...
- Sí, si... mi hermana puede decirte lo que quiera, pero yo te digo lo que hay. 
- Bueno... pero... ¿te vas a arreglar con él o no? Tú a mi me gustas y puedo esperar lo que haga falta...
- Mira, que no. No estoy a gusto. Es mejor que me vaya. 
- Pero si ya tengo reserva para cenar en el restaurante de enfrente...
- Pues anula la reserva. No quiero quedarme. 
- Vamos tía, no seas así. Puedes cenar conmigo, dame una oportunidad... y luego si quieres, te vienes a mi casa... 
- Tengo la regla - dije, levantándome de la mesa.
Di un portazo al cerrar la puerta del bar. Había tenido una actitud muy infantil al poner como excusa la menstruación, como si no se pudiese follar con ella o hacer otras tantas cosas pero es que el chico no me iba para nada. De regreso a casa, tuve un momento de arrepentimiento. Me planteé llamarle y pedirle perdón por mi comportamiento pero, al recordar la forma en que me agarraba de la mano y en cómo me estaba saboreando antes de desnudarme, me dije a mí misma: 
-  A la mierda. Cuando llegue a casa, me quito la ropa, ceno algo, me pongo una copa y veo el último episodio de Juego de Tronos.

Isabel Guillén. 


martes, 16 de junio de 2015

4 - Paralelo

No se tarda mucho en llegar desde el teatro al Levi y siempre que vas te encuentras con algún compañero. El viernes, a la salida del trabajo, me dirigí allí, a tomar una copa. Hice corrillo con unos cuantos técnicos, pero la verdad es que estaba esperando a “mi” técnico. Cuando llegó, se sentó a mi lado. Me miró a los ojos y me saludó. Me sorprendió que fuera tan directo porque, normalmente, no tiene mucho interés en cruzar la mirada conmigo.
Me quedé sonriéndole, embobada y en silencio. Después del primer contacto, él tampoco supo qué decir. Aproveché para echarle un vistazo antes de que levantara la mirada. Javier tiene el pelo castaño, con algunas canas, unos ojos bonitos, cejas definidas y, sobre todo, un buen cuerpo. En secreto, suspiro por sus labios. El día que me bese, estrechándome entre sus fuertes brazos, me quedaré paralizada.
Todos sabíamos que había discutido con Susana – y él sabía que lo sabíamos - y como no decía nada, le pregunté qué le pasaba y le dije que estaba muy pálido, que si le había entrado un virus o algo parecido y que como siguiera así no iba a durar mucho. Las palabras que salieron de mi boca, fueron las ideales para ahuyentarle.
Él se levantó, mirándome de soslayo,  como estuviera loca, y se acercó a la barra para pedir una cerveza. La camarera le atendió de forma muy servil, no sin antes sacudirse la melena y enderezarse bien las tetas. Entonces, él la sonrió – le gustan las mujeres atrevidas- y se quedó  a su lado. Él sabe que a las mujeres nos gustan los hombres cariñosos -y amables con las discapacitadas - y, de esta manera, obtuvo doble beneficio: empezó  a engatusarla  y, de paso, me devolvió mi torpeza siendo desagradable conmigo.
Jesús –-uno de los hombres más buenos que he conocido y que está felizmente casado desde hace un montón de años - me cogió de la cintura y me dijo:
-No es muy listo. Si no, no haría esto. 
- Hay que ver - le respondi - que no hay manera. Anda, pídeme otra. 
Aunque estaba pasando un buen rato con los demás, no pude evitar buscarlos con la mirada.  Ella estaba acariciándole la carita, consolándole por su reciente pérdida.
Ya está –pensé – le gusta y se lo está diciendo así, con los cinco dedos de la mano. Y él, se deja. Le va a echar algo en la bebida que aumente la potencia sexual y se van  a liar esta noche.
Entonces, sentí ganas de pegarle una patada en los cojones. Probablemente, si lo hacía, la zorra de la camarera sacaría una navaja del bolsillo y, una vez que él estuviese en el suelo retorciéndose de dolor – porque era lo que se merecía – ella vendría hacia mí, con el firme propósito de hacerme tanto daño como pudiera. Intentaría clavarme la navaja en el costado pero, yo me zafaría  y la lanzaría algo al cuello, como por ejemplo,  la cadena con la que se amarran los barriles de cerveza, ella soltaría el cuchillo, intentaría desasirse de mi fuerza agarrando los eslabones con las dos manos y…
Cuando estaba a punto de ahogarla, la voz de Jesús me devolvió a la realidad. 
- Isa, Isa... ¿Te llevo a casa, que voy de camino?.
Mi mente se detuvo en seco. En la historia paralela que me había creado, parecía una verdadera luchadora, pero en realidad sólo era una criatura indefensa, que estaba confusa y molesta. Al día siguiente, había que volver al trabajo. Una fría corriente de aire fue suficiente para saber que, por esa noche, todo había terminado, al menos, para mi. Me alejé cambiando la letra de una canción... adiós mi bomboncito, adiós mi corazón...






sábado, 6 de junio de 2015

3 - Pasen y vean






No, no voy a decir eso de que entren por su propio pie y dejen la felicidad que traen, aunque en cierta parte, Drácula llevaba un poco de razón. La gente ha de entrar por su propia voluntad y si lo desean, compartir su felicidad, si es que la traen, sin abandonarla, porque compartir no es renunciar a lo que uno es ni mermar en nada. En todo caso, compartir significa crecer y eso, siempre está bien, pero no todo el mundo lo entiende. 
Parece mentira la cantidad de gente que viene a un lugar de ocio y que, está encabronada. Yo no sé si vienen así de fuertes porque han discutido con la mujer, con el marido o porque les han puesto una multa. El caso es que, cuando estás de cara al público, éste te puede venir lo que sea. Con los años, desarrollas ya no un sexto sentido sino un séptimo y sabes de que talante viene cada uno nada más verlo. Lo más fácil es que, si alguien viene retorcido, intente pagarlo con la primera persona que ve y esa, eres tú. 
No puedo contar la cantidad de reclamaciones que he tenido a lo largo de los años. Muy pocas de ellas llevaban razón porque, normalmente, cuando el cliente lleva razón - que no es siempre, como quieren hacernos creer - conversa contigo y se busca una solución satisfactoria para ambas partes. Al final, el cliente acaba agradecido y alaba tu gestión. 
Pero, cuando no llevan razón, se puede liar.  Hace años, en el Festival de Almagro, se representó Fuenteovejuna. La versión era moderna y un poco... digamos... un poco lasciva. Hubo un montón de reclamaciones en que el motivo era "la versión"... Incluso me llegaron a pedir explicaciones - a mi, que no tenía nada que ver ni con el montaje ni con la dirección - y yo me limitaba a contestar  - estamos en el siglo XXI -  firmaba la comanda y la mandaba a la Dirección General de Castilla la Mancha. Nunca supe si les contestaron o no, ni lo que les dijeron en el caso de ser afirmativo. En un lugar donde trabajas a contra reloj y manejas el público y las compañías de cuatro o cinco funciones, a la misma hora y en distintos recintos, no te puedes parar con esas tonterías. 
Mil y una podría contar, pero tampoco es plan, lo que pasa es que las hay graciosas y se me vienen a la mente. Hace poco un chaval, joven, me increpó por abrir las puertas del teatro media hora antes de la función porque a él, eso le parecía mucho tiempo antes. Me quedé mirándole muy fijamente y cuando creía que no le iba a decir nada y que se iba a salir con la suya, le solté pero... ¿y a tí en qué te va o en que te viene que abramos las puertas antes o después? ¿te quieres ir a tomar una cerveza? ¿quieres ir a dar un paseo mientras tanto? ¿somos nosotros los que vamos antes de tiempo o eres tú el que vas anticipado? Eso sí, como te vayas no llegues tarde porque entonces, no pasas.Y en esas ya me controlo porque cuando empiezo a calentarme, puedo ser tremenda.
Lo de llegar tarde es otra. La gente no entiende, no comprende. No respeta ni nuestro trabajo ni el de los actores. A un actor no se le puede molestar cuando está en escena. Llegan tarde porque les da la gana, te ponen excusas que ni ellos mismos entienden y una vez un tipo me dijo que qué vergüenza, que a él, en el football, le dejaban pasar - Ah, pero es que usted no viene al football, esto es un teatro - le contesté, delante de una de las actrices,  con la que estaba compartiendo unos minutos de charla en la entrada. Lo que hay que oir, Isabel- me dijo - esto es increíble. - Si tu supieras - le contesté. 
Pienso en lo alienados que estamos ¿es que no se tiene la cabeza suficiente para saber que no te tienes que meter nunca en el trabajo del otro, que tu no puedes ir a un sitio a decir a los demás como tienen que trabajar? Que se va a pasar un buen rato, joder, y  hay gente que ni siquiera lo agradece. Pero esto no es lo más fuerte... Ya me ha pasado varias veces que, cuando no hay función y el teatro está prácticamente vacío, te viene alguien, le atiendes y de pronto va y te suelta pues si no hay función que hace usted aquí... y tú le dices, ya con una retranca de cojones, - pues mire, atender a gente como usted... porque si  no se lo imagina, se lo digo yo, que, de verdad, estaría más a gusto en mi casa o en el retiro o en el bar de enfrente. 
Y las hay más gordas. Mucho más gordas. Otro día hablaré de la fama que arrastramos la cantidad de profesionales que trabajamos en esto, que tampoco se queda corta. 

Isabel Guillén. 




viernes, 5 de junio de 2015

2 - Verde Blanco


El Bomboncito hoy no ha venido a trabajar. Debe de tener un par de días libres y el muy cabrón no ha sido capaz de decírmelo. Bueno, que no sé de qué me quejo, yo nunca le informo de lo que hago fuera del trabajo.

La verdad es que no le he echado de menos. Me he entretenido hablando con el regidor y con uno de los actores. Los he escuchado con atención, a los dos. Son una maravilla de hombres. Si el actor supiera que sus palabras me han dado una buena idea para la construcción de un personaje, alucinaría. Si cojo más confianza con él, es posible que un día se lo diga.

No he tenido una tarde tranquila. Mi mente me ha hablado constantemente - tanto que, a veces, pienso si no tengo algo de esquizofrenia - Es una locura atender al público y el teléfono y que, al mismo tiempo, aparezcan las ideas. Tengo el bolso lleno de pos-it desordenados en los que voy apuntando - como y cuando puedo - lo que se me ocurre. Luego, al llegar a casa, lo vacío. La mayoría de las veces, están arrugados. Los estiro con el dedo y los clavo con  una chincheta en el corcho. Son buenas ideas, pero cuando al día siguiente, o al otro, los miro se me corta la respiración y me entra el pánico ¿por dónde empiezo?, ¿cómo lo hago?, ¿seré capaz de desarrollar todo esto? Tiemblo. Mi problema no es la falta de ideas sino la acumulación de ellas y el completo desorden que me precede. Lo quiero hacer todo a la vez y lo único que consigo es atrancarme. 

Me contaron que Cela escribió la colmena siguiendo un orden esquemático, con fichas numeradas y una carpeta para cada personaje. Yo no soy Cela - ni tampoco lo pretendo, ni se me pasa por la cabeza - pero, debería de tener un poco más de paciencia y una mínima disciplina. Aunque me lo proponga, no lo consigo  y en ello tienen mucho que ver mis despistes, que son diversos y variados.

El otro día leí no sé dónde "Verde blanco de cojones" cuando en realidad ponía "Verde blanco ediciones" Y no, no está mal confundirme así porque eso se me venía una y otra vez y no sabía qué hacer con esas palabras y entonces se me cruzó el Bomboncito en el hall del teatro y me dijo una gilipollez bien gorda y le contesté "Javier, no me toques los cojones..."


Isabel Guillén