miércoles, 11 de noviembre de 2015

Que si...



Que si, que ya lo se. Que son tres meses. Dos de playa y uno de depresión. Que si Isabel por aquí, que si Isabel por allá, que ahora tienes que hacer esto y después lo otro. Que la vuelta al trabajo me ha costado, que no he asimilado bien el tema de la gente que se ha ido y que ya no volverá, que no es que les haya pasado nada, que un día puedo encontrarme con ellos y tomarme una cerveza o darles un abrazo.
Me olvidé de el Bomboncito y de sus ojos azules en cuanto Efe me prestó
atención. El primer día me invitó a un par de cervezas y a una ración de sardinas. Todo muy normal. El segundo, también pidió sardinas. El tercero le invité yo a las sardinas. No he comido más sardinas en toda mi vida. Y el cuarto, paseamos de la mano por la orilla del mar. El quinto tomamos demasiado vino y caímos, el uno en brazos del otro. El sexto y el séptimo, repetimos y el octavo y el noveno también. Al décimo, mandé a la mierda las sardinas y me volví al rumor de las olas en soledad.
Claro, que mi soledad nunca es una soledad completa como tampoco lo es mi condición emocional. No sé cómo me las apaño que siempre tengo algo que hacer – o eso o que mi familia demanda mucho de mi – y siempre alguien a quien querer. Eso sí, en cuanto veo aparecer el daño emocional como un puño amenazante en el cielo, me las piro. No siempre me voy, hay veces que me enfrento a quien sea y una de dos, o me sale bien o meto la pata hasta el fondo. 
Por el teatro todo anda bien, una de cal y dos de arena. He tardado en remontar este otoño, que ya va a la mitad, y no han sido pocos los días que no te he tenido ni pizca de ganas de ir a trabajar.  Mis letras se han perdido un poco en estos meses. Pero, el otro día me salió un relato de la hostia, en el que me aplaudieron y todo y uno de los chicos de la clase me dijo que estaba guapa, otro me miró de arriba abajo en el metro y luego,  me dieron un beso. Y todo pasó en un mínimo espacio de tiempo. Vamos, que fue lo mejor que me pudo ocurrir para levantarme la moral, a parte de la ayuda que me prestó el señor del herbolario de la esquina.
En realidad, nunca ha ocurrido que yo no pueda con mi vida. Y no va a ser ahora. Sigo como siempre, con un pie en este mundo y otro en el paralelo, le pese a quién le pese. No me extraña que trabaje en un teatro. Todo lo que sea ficción me interesa. Nunca he querido ser actriz, pero si que me gustaría ser un personaje, como Ofelia o como Hamlet,  y que me interpretasen.
Os aseguro que no he perdido este tiempo que he estado en silencio, sino que lo he aprovechado para aprenderme, a conciencia, donde está el peroné, la tibia y el astrágalo y que he conseguido diferenciar un hueso esponjoso de uno compacto. Ya hay quien me ha dicho que tengo manos de ángel. O sea, que no he dormido durante cien años ni me han envenenado. He vuelto, a por la segunda temporada.


Isabel Guillén. 






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